Tomado de: "América Peligra" - Salvador Borrego E., 1964
Lo que llamamos nuestra historia es bien poco una obra nuestra. En momentos decisivos la hemos sufrido más como víctimas que como autores; a veces como instrumentos y comparsas, pero no como soberanos que eligen libremente su camino.
En general la formación política de Hispanoamérica no se ha realizado con espontánea libertad, del interior hacia el exterior de la conciencia, sino forzada desde afuera, artificialmente impuesta por extrañas fuerzas con engañosos disfraces nacionales.
Se nos imponen rumbos y además ficciones para hacernos creer que tales rumbo los elegimos nosotros.
Muchas falsedades y absurdas ilusiones necesitan ser decididamente derribadas. Vamos a elegir entre reconocer la realidad o seguir durmiendo en tranquilizadoras mentiras.
Los mitos heroicos son necesarios a los pueblos, pero el mito y la mentira no son exactamente lo mismo, aunque en algunos puntos lo parezcan. El mito es comparable al cuento de hadas que por el encaje amable de la ficción conduce al niño por el sendero más suave hacía el más sencillo concepto de moral. El mito heroico lleva de la mano al pueblo hacia el sencillo fervor patriótico. Su medio y su fin son cristalinos como el viento puro y el agua corriente.
Pero la mentira que implica la negación de la verdad es encubrimiento, es complicidad con las tinieblas a cuyo amparo algún fin vergonzoso se persigue.
Lo mítico -sin ser real- es un sueño, un bello sueño que el hombre quisiera convertir en realidad, y lo falso es cobardía o malévola complicidad. Lo que llamamos nuestra historia, aunque de nuestra tiene bien poco, luce uno que otro mito transparente, pero está llena de mentiras.
Se invierten valores y se abren caminos torcidos para el futuro. No se trata de concesiones benévolas para soslayar errores, sino de toda urdimbre que falsea hechos y que encubre fuerzas extrañas a México, todavía actuantes ahora.
Ocultando verdades dolorosas de nuestro pasado no podremos vislumbrar los peligros que acechan en el futuro.
Quizá la mentira histórica sea más grata, más llevadera, más amable que la verdad reveladora, pero un pueblo valeroso ve con entereza su verdad. Poco valdría México y muy poco sus hombres si no fueran capaces de afrontar las manchas del pasado sin perder la esperanza en el futuro. "No se limpia la honra de un pueblo" -dijo Vasconcelos- en tanto no se lave siquiera su historia, proclamando la verdad y poniendo a cada quien en su sitio".
Tenemos mentiras históricas adecuadas para engañar y mover multitudes hacia metas que no resisten la luz del día y que precisan la protección de las tinieblas. No hay peor asechanza que la que se oculta en las sombras, porque contra ella no está la atención despierta ni la defensa presta.
Los autores de fines ocultos desinforman y confunden. Sus ilícitos propósitos necesitan forzosamente hacer alianza con las sombras. Antes de actuar desorientan y sus mentiras pueden mover montañas, pues también las voluntades negativas son portadoras de fuerza.
La ignorancia de verdades puede ser un estado innocuo de conciencia; pero la adopción de mentiras reptantemente dirigidas hacia determinado móvil es algo todavía peor. Una falsa imagen de nuestro pasado y de los hombres que intervinieron en él es el punto de partida para perder el camino del porvenir.
Falsear la historia es el primer paso para torcer el destino de un pueblo, y en nuestro caso es evidente que por decisivos virajes nos fueron impuestos por manos extrañas, por fuerzas ajenas a México que encubren todavía ahora su acción con el engaño. Seguirles la pista desde sus más remotos orígenes es encuadrarlas mejor en su actual acecho.
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